¿A qué viene esto? No soy un neonazi consumado ni mucho
menos, tampoco voy a hacer apología o defensa de esa ideología. Pero me acaba
de pasar algo que me ha llamado mucho la atención y, reconozcámoslo, me ha
hinchado las pelotas.
Os cuento un
poco por encima para situaros. Resulta, que estaba yo navegando por Facebook
leyendo insulsos comentarios, viendo imágenes que no me incumben y leches
varias, cuando vi que alguien, completamente desconocido, había escrito algo.
Para saciar a la maruja que llevo dentro, no puedo evitar sentir un deseo
irrefrenable de leer largos comentarios de opinión en muros de gente
“literata”, que ni me va ni me viene, que se cree experta en alguna materia de la vida.
A veces, muy
pocas, leo cosas interesantes. La mayoría de las veces, leo sandeces. Como es
este caso. Os cuento: Alguien hizo una reflexión a partir de una transcripción
de un anuncio que escuchó Dios sabe dónde. El anuncio, en esencia, decía: “Vive
la vida, sé tolerante, hakuna matata”.
Al terminar de
leer, no he podido evitar arquear una ceja. ¿Cómo es esto de reivindicar el
“livin’ la vida loca” a través de Facebook? Estoy un poquito cansado de esa
basura, así que me he limitado a hacer un simple e inocente comentario
expresando que me parecía muy irónica la situación.
Es curioso.
Justo después de eso, el sujeto en cuestión me contestó usando un tono
claramente irritado e indignado y tratando de lanzarme a la cara argumentos
contrarios a mi idea, echando sucia mano del patetismo más ridículo. Acto
seguido me ha eliminado de sus lista de “amigos”. No he podido evitar reírme.
Tolerancia por mis cojones.
He aquí la
reflexión que venía a haceros. ¿Cómo es posible que haya recibido una
reprimenda tan dura, como lo es la privación de mi propia expresión, por parte
de alguien que, en teoría, le acaba de hacer una oda al hakuna matata? Está
bien, estamos en una red social, todo el mundo es libre de bloquear a quién más
le plazca. Aun así, me llama la atención como cada vez más, sujetos
neoliberales y ultraprogresistas se aproximan a una velocidad pasmosa a la
metodología de dictadores como Adolf Hitler.
“¿Dices algo que
no me gusta? Te suelto un moco (o una paliza) y acto seguido te bloqueo (o te
lleno el cráneo de plomo), eso es todo lo que me importa lo que piensa
cualquiera que no sea yo”.
No es la primera
vez que me pasa esto, este caso en concreto no me provoca mucha frustración. Lo
que me preocupa es la tolerancia a la frustración que he desarrollado con este
tema. Es como si me lo hubieran hecho ya tantas veces que ni siquiera me
importe.
Y me diréis:
“Hombre, pero es que tú también te metes dónde no te llaman, macho” Puede ser,
pero vamos a ver. Si estoy en un lugar dónde soy libre de comentar donde, como
y cuando me plazca… ¿Por qué no hacerlo? Y si comento en el estado de alguien
con el que no tengo relación… ¿Por qué figuro entre sus “amigos”? Yo lo tengo
claro, tengo a gente de más para poder meterme con ellos en un momento dado y
echar unas risas.
En
fin. No nos echemos las manos a la cabeza cada vez que oigamos a alguien
mencionar el nombre de Adolf Hitler y mirémonos a nosotros mismos. Muchas veces
obramos con la misma mezquindad e hipocresía con la que él obró.